"Los negocios son los negocios. Intentamos separar la política de los intercambios económicos". Son palabras del ministro de Exteriores chino tras preguntarle sobre lo que significaba África para su país. Los discursos revolucionarios ya quedaron atrás. Hace más de una década, China entró de lleno en el continente africano devorando sus materias primeras y energéticas para sustentar su arrolladora economía. Aprovechó la carencia de competitividad en el continente para cimentar las relaciones con los principales productores de petróleo, cuyos gobiernos generalmente están mal vistos por Occidente por sus reiteradas violaciones de los Derechos Humanos.
China no condiciona sus inversiones en estos países a la promoción de la democracia o la buena gobernabilidad, simplemente abandera el principio de no injerencia en los asuntos domésticos. También es cierto que Pekín comete abusos contra los derechos más fundamentales en su propio suelo.
Sudán encarna el ejemplo más claro. China se acercó a él ofreciendo lo que algunos analistas han denominado el "paquete completo": dinero, tecnología y protección política ante presiones internacionales. Consecuentemente, Pekín ha promovido durante los últimos añosla inacción del Consejo de Seguridad para frenar la situación de Darfur si con ello se aseguraba la continuidad de sus explotaciones petrolíferas. Como supuesta potencia mundial, su papel en la crisis ha sido vergonzoso, no sólo por obstaculizar una respuesta internacional contra estos crímenes sino por continuar con la venta de armas a Jartum a pesar del embargo impuesto por Naciones Unidas.
Ahora el Gobierno chino ha anunciado, sin mucho detalle, que su país enviará una pequeña unidad de ingenieros a Darfur para apoyar a una fuerza "híbrida" de cascos azules y fuerzas de paz de la Unión Africana que teóricamente deberá desplegarse en los próximos meses. ¿A que se debe tan repentino cambio? Sin duda han sido los cada vez más incesantes rumores en Estados Unidos y varios países europeos sobre un posible boicot contra los Juegos Olímpicos de Pekín de 2008, una monstruosa operación en la que China ha invertido ingentes cantidades de dinero para vendernos su mejor imagen.
La comunidad internacional ha descubierto cual es el punto débil del gigante asiático, su talón de Aquiles. Le han advertido que su papel y su imagen como anfitrión de los próximos Juegos Olímpicos están reñidos con su permisividad ante la violación sistemática de los derechos humanos y con el mal uso y abuso de su asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. Deberá revisar sus impulsos económicos.